«Alma con el alma rota»

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«El Supremo falla que vivir en pareja no da derecho sobre la sexualidad del otro» (EL PAÍS.  23-5-2019)

Alma temía que llegara la noche.  Sobrecogida, y echada  a un lado de la cama, esperaba que también  esa noche, como otras tantas, su marido volviera a cercarse a ella para tocarla, para  poseerla, para mancillarla . Para convertirla, otra noche más, en su juguete sexual.

Aunque Alma no quería hacerlo, detestaba hacerlo,  se sentía obligada, porque él era su marido «y tenía derecho». Si bien ella ya no lo amaba, él seguía siendo su esposo, por lo que  tenía que resignarse y aceptar su aliento  de macho en celo sobre su cara  y, entretanto que él la poseía, de rabia e impotencia,  cerraba los puños con tanta fuerza que se clavaba en las manos sus propias uñas.

Por la mañana, Alma,  como todas las mañanas, dejaba sus miedos irracionales y sus inseguridades de esposa escondidos entre las sábanas de la cama y se iba a trabajar.

En el trabajo, como representante sindical, Alma, se mostraba comprometida  con los derechos sociales y laborales de sus compañeros, con  la igualdad de género,  con la defensa del respeto y  de la dignidad de la mujer…

De nuevo en su casa, justificaba la falta de afecto y de atención  de su marido «porque era un hombre muy introvertido, que le costaba exteriorizar sus sentimientos», aunque su corazón le decía él ya no la quería, que -como tantas mujeres  a las que ella defendía en las manifestaciones del Día Internacional de las Mujeres-  también ella se había convertido en su instrumento, en su juguete. Juguete que algún día terminaría rompiéndose. Pero, amordazada por sus miedos irracionales y por sus inseguridades, Alma se esforzaba en mantener una relación tan dañina que la estaba aniquilando, enfermando. Que le estaba rompiendo el alma.

Una noche, hastiada de la  relación con su  marido, Alma fue capaz de ver su alma reflejada en el espejo  de la triste  realidad que vivía, y la vio rota. Tan rota que no la reconoció. Tan rota que, horrorizada,  decidió recomponerla. Para ello, arrojó  por la taza del váter de la infelicidad sus miedos irracionales, sus inseguridades, su baja autoestima, sus depresiones…

Esa noche,  Alma, con su alma recompuesta no sintió el aliento del macho en celo en su cara, ni sus uñas se le clavaron en sus manos. Porque, por fin, esa noche Alma, sintiendo que no era propiedad de su marido  -ni de nadie-,  que no era su juguete sexual, le dijo que no.

Esa noche, por fin,  Alma fue capaz de romper  el lazo de los miedos  y de las inseguridades que la mantenía unida -esclavizada-  a un hombre que ya no amaba. Por fin, esa noche,  Alma comenzó a mejorar su autoestima y a sentirse bien consigo misma, a sentirse sana. A sentirse mujer.

A todas las Alma que tienen sus almas rotas, muchas incluso sin darse cuenta.

José Juan Sosa Rodríguez

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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